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Partido: 11-01-1934

Jueves, 11 de enero de 1934

  • CLUB VICTORIA
  • ALL PACIFIC 

El "combinado" CHILENO-PERUANO, derrota a los "victoristas"

2 - 3.   En la tarde de hoy jueves jugó el "All Pacific" frente al "Victoria" el tercer partido de su tournée a Las Palmas. Los jugadores chilenos-peruanos obtuvieron justamente la revancha derrotando al campeón insular por un "penalty". Ya era hora, dirán algunos. Porque eso de ponerse a jugar muy bonitamente y perder después, no convence a la afición canaria.  Nuestro materialismo no comprende esas clases de exhibiciones romántico-deportivas. Por eso hoy salimos más o menos satisfechos, del encuentro.

El "All Pacific" estuvo hoy encrespado. Sus aguas - o si ustedes lo prefieren sus líneas - se revolvían furiosas, amenazando tragarse al barquichuelo victorista, que no supo, o no quiso, desplegar velas en toda la tarde. Su proa - o su delantera, da igual - se hincaba en las olas trabajosamente, avanzando con gran dificultad sobre la superficie. Cierto, que logró llegar a puerto dos veces; pero cierto también que pudo hacerlo otras tantas y no lo consiguió por impericia de su desconcertada tripulación.

Sería cosa de lamentarlo, sino fuera por que gracias a esto el Pacifico continuará aún unos días entre nosotros. Quiere probar su suerte de nuevo con el Marino, con el propósito, a lo mejor, de hacer igual que hoy, pero habrían de tener en cuenta que estos son duchos en el arte de la navegación. Por algo son azules como las aguas marinas.

Pero dejémonos de metáforas más o menos acuáticas y vayamos a la narración de lo ocurrido hoy.

Ambrosio Casanova, como una sirena reapareció gracias al Pacifico. Sus embravecidas agua le hicieron salir a flote. Si no es por ellas, sabe Dios cuanto tiempo aún continuara sumergido.

A sus órdenes, los clubes se alinean así:

All Pacific: Valdivieso; A. Fernández; Maquilón; Montero, Arce, Astengo; Pacheco, Alegre, F. Fernández, Villanueva y Scheeberger.

Victoria: Pérez; Chifle, González; Manuel, Mesa, Padrón; Armando, Ruano, Sinforiano, Déniz y García.

Eran las cuatro menos cuarto cuando el balón recibió el primer puntapié, que se lo dio Sinforiano, porque a su club le tocó hacer el saque. Después de esto, el esférico, como dolorido, empezó a danzar de una lado para otro del campo, a impulso de los cuarenta y cuatro pies que sobre el infeliz descargaban.

Cada jugador hacia del pobre lo que mejor le venía en ganas. Por ejemplo. Sinforiano monigoteó con él en cierta ocasión ante la puerta de Valdivieso, sin preocuparse para nada de introducirlo en el marco, cuando muy bien pudo hacerlo si esa hubiera sido su deseo. Y no digamos nada de Armando, que ni siquiera cuando el arquero peruano abandonó su fortaleza, en una imprudente salida, supo dirigirlo hacia donde a él le convenía entrar.

Mientras tanto, el achocolatado Villanueva, que en cuando se descuidaban de él le hace un estropicio a cualquiera, recoge un pase de Scheeberger y le cuela el pelotón a Pérez, sin que éste sé de cuenta siquiera. Mira uno el reloj, y se encuentra con que solo van dieciocho minutos de juego.

Trata uno de guardarse el cronómetro, para mayor seguridad del mismo, y se da cuenta enseguida de que pierde el tiempo, porque al momento hay que sacarlo otra vez. ¿Porqué? Pues, porque a Fernández, el de la delantera, se le ha ocurrido a los veintitrés minutos introducir en el marco victorista un balón que le cedió gratuitamente, y sin interés, el mismísimo Villanueva.

¿Qué pasa aquí? Nadie lo sabe; sí acaso Pérez; pero éste, avergonzado de su desgracia, se lo calla. Sin embargo, los espectadores ven a Correa - espectador también - presa de fuerte nerviosismo. Y no digamos nada de Pepe Álamo, que hasta le entran ganas de ponerse el jersey.

Pero menos mal que tres minutos después se le escapa a Valdivieso un balón de las manos y Armando, que andaba por allí haciéndose el distraído, se lo cuela dentro de un cabezazo oportunísimo. Y que cinco más tarde, el cuarto de los Teodosios hace una gracia semejante aprovechando una salida falsa del meta sudamericano.

Y ahora que están iguales, razón demás para sentirse amigos, García y Montero, por un quítame allá ese balón, toman el mal acuerdo de ensalzarse al hueso limpio. Pero Ambrosio que ha oído hablar al principio de autoridad, los pone a ambos de patitas en la calle. Y como en eso de la rigidez no quiere ser menos que Perico Cárdenes amonesta a Plácido Galindo solo porque se ha situado junto a la portería del club que tan dignamente representa.

Y así las cosas de agria, termina el primer tiempo.

Al empezar el segundo tiempo, piensa uno que Ambrosio se ha contagiado de las nuevas corrientes políticas. De otra manera no se explica la amnistía concedida a Montero y García, sancionados con todo rigor en la etapa anterior.

Vemos que los del All Pacific sustituyen a Villanueva por Tovar, con gran disgusto del primero, sin duda. Y que bajo el marco victorista se guarnece Correa; que Paco sustituye a Mesa y Eduardo actúa en el puesto de Armando, dando todo esto como consecuencia que González se queda sin jugar.

Y soportaron después veinte minutos de juego, en que unos y otros se pasan la pelota sin pena ni gloria para el tanteador, hasta que los del Victoria se arman un taco ante su portería y cometen un penalty desastroso. Los del Perú ven el cielo abierto. Eso de un golpe franco, tal como les han ido las cosas, puede ser la salvación. Si lo meten, quizás ganen el partido. F. Fernández prueba suerte y ve con gran regocijo que no le falla el tiro, a pesar de que Correa roza fuertemente el balón.

¡Cualquiera les tosa ahora a las huestes de Astengo! Ese goal de ventaja hay que conservarlo puro y sano hasta el final, porque si no, ni se juega el domingo, ni podrían ir a Tenerife. Y lo que es peor: se perderían todas las probabilidades de reivindicación.

Por eso se cierra el Pacifico a la navegación victorista y ni Déniz ni Sinforiano, a pesar de sus volteretas, consiguen rodar el esférico hacia el arco - como dicen por allá - del combinado. Aunque se le tiren a estos varios córners seguidos.

Así continúa lo poco que resta del encuentro, con repliegue compacto de las fuerzas chilenas hacia sus posiciones, hasta que Ambrosio aprecia en su reloj que es llegada la hora y se quita un peso de encima. ¡Pobrecito, lo compadecemos!